Desde bien pequeño, siempre he tenido la sensación de que yo controlaba al tiempo o el tiempo me controlaba a mí. Muchas veces soy de los que mira el reloj, para saber que hora es, o cuanto tiempo me queda para acabar algo o para empezarlo, o de cuanto tiempo dispongo antes de ir a tal o cúal sitio. Pienso, que lo hago más por nervios que por otros motivos.
Sin embargo, cuando me encuentro a gusto leyendo, viendo una película, entre amigos en una distendida charla o descansando, es como si las horas no pasaran por mí. Yo, podría estar todo el rato que fuera necesario disfrutando de una buena película (solo o acompañado), maravillándome con la visión de una obra arquitectónica o escultórica. Al igual, me sucedería con una buena conversación entre amigos, que siendo más seria o menos seria, más profunda o menos profunda, más reflexiva o menos reflexiva me permitiría la satisfacción de no estar mirando el reloj cada dos por tres.
Lamentablemente, muchas de las ocasiones en las que uno más disfruta, vive sus momentos más efímeros. Cuando uno goza viendo un film, sabe que cuando se acabe volverá a su cruda realidad, cuando se despida de sus amigos, es consciente de que regresará a los fríos brazos de la soledad o cuando finalice la visión de algún monumento, sabe que, posiblemente, nunca más lo volverá a contemplar tan de cerca y con la mismas energía e interés.
Muchos de esos momentos son cortos en el tiempo, pasajeros y fugaces como el paso de una estrella, pero también muchos de esos instantes de los cuales disfrutamos permanecen en nuestra memoria para siempre. Puede que una película, que hayamos visto hace muchos años, ya no nos deleite de la misma manera, o que las conversaciones que teníamos con amigos de nuestra juventud, sean irrepetibles e inigualables, pero son situaciones, que siempre permanecerán en nuestros recuerdos, por la huella que nos han dejado.
Por eso, yo digo que me gusta guardar lo más efímero, lo más pasajero, en un baúl. La visión de un film o de un hecho que me haya fascinado, el escuchar una canción que me haya puesto los pelos de punta o sentir en mi piel el goce de las caricias de una persona a la que he amado con todas mis energías, son solo instantes que hemos vivido en nuestra vida, pero que seguimos evocando con el paso del tiempo. Es necesario, que esos efímeros momentos los guardemos en un baúl, porque son las ocasiones que nos dejan marcados para siempre y con las que muchas veces nos hemos olvidado de que existe algo llamado tiempo.
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Sin embargo, cuando me encuentro a gusto leyendo, viendo una película, entre amigos en una distendida charla o descansando, es como si las horas no pasaran por mí. Yo, podría estar todo el rato que fuera necesario disfrutando de una buena película (solo o acompañado), maravillándome con la visión de una obra arquitectónica o escultórica. Al igual, me sucedería con una buena conversación entre amigos, que siendo más seria o menos seria, más profunda o menos profunda, más reflexiva o menos reflexiva me permitiría la satisfacción de no estar mirando el reloj cada dos por tres.
Lamentablemente, muchas de las ocasiones en las que uno más disfruta, vive sus momentos más efímeros. Cuando uno goza viendo un film, sabe que cuando se acabe volverá a su cruda realidad, cuando se despida de sus amigos, es consciente de que regresará a los fríos brazos de la soledad o cuando finalice la visión de algún monumento, sabe que, posiblemente, nunca más lo volverá a contemplar tan de cerca y con la mismas energía e interés.
Muchos de esos momentos son cortos en el tiempo, pasajeros y fugaces como el paso de una estrella, pero también muchos de esos instantes de los cuales disfrutamos permanecen en nuestra memoria para siempre. Puede que una película, que hayamos visto hace muchos años, ya no nos deleite de la misma manera, o que las conversaciones que teníamos con amigos de nuestra juventud, sean irrepetibles e inigualables, pero son situaciones, que siempre permanecerán en nuestros recuerdos, por la huella que nos han dejado.
Por eso, yo digo que me gusta guardar lo más efímero, lo más pasajero, en un baúl. La visión de un film o de un hecho que me haya fascinado, el escuchar una canción que me haya puesto los pelos de punta o sentir en mi piel el goce de las caricias de una persona a la que he amado con todas mis energías, son solo instantes que hemos vivido en nuestra vida, pero que seguimos evocando con el paso del tiempo. Es necesario, que esos efímeros momentos los guardemos en un baúl, porque son las ocasiones que nos dejan marcados para siempre y con las que muchas veces nos hemos olvidado de que existe algo llamado tiempo.
"Tan sólo un instante, tan efímero, tan fugaz. . . Y tan eterno al mismo tiempo"
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